La póliza de responsabilidad profesional para ingenieros y arquitectos: ¿un lujo contractual o un punto de partida para purgar la infraestructura colombiana de la mediocridad?

Por: Johanna Sinning Bonilla

A raíz de los desastres en materia de infraestructura de importantísimos proyectos viales y energéticos del país, vale la pena hacerse este cuestionamiento, en tanto que dicha cobertura en muchas ocasiones se obvia con el fin de “optimizar” los costos de una transacción que tenga de por medio el diseño para la construcción de una obra de esta envergadura.
El mercado asegurador colombiano recientemente y de manera tímida empezó a ofrecer este instrumento, pero a unos costos muy elevados para quienes la solicitan llegando al punto de que se desestime en la mayoría de estas contrataciones. Pero a qué costo cuando se ven a simple vista los resultados de una ingeniería que demuestra que en Colombia aún no existe consciencia acerca del concepto de la seguridad en el diseño.
Los hechos hablan por sí solos. Basta con mirar el desplome del puente Chirajara o el advenimiento erosivo de la montaña en la presa Hidroituango. Su punto de encuentro: error o deficiencias de diseño.
No siendo estos los únicos casos, pero sí los más relevantes de los últimos tiempos en la historia de la ingeniería colombiana, el panorama de una mejora no se vislumbra en el mediano plazo porque el paso colosal que se quiso dar con la locomotora de la infraestructura del gobierno pasado, dejó de lado la importancia del saber hacer que, en esta materia, consistía en saber planear a través de políticas públicas que leyeran la realidad de la infraestructura del país, y en saber diseñar con la elaboración de diseños juiciosos, pausados, y robustos que atendieran la necesidad que se demandaba para este tipo de proyectos con el fin de no estar penando con los resultados apresurados que hoy estamos padeciendo.
Lógicamente la exigencia contractual de esta cobertura no es garantía de una mejor ingeniería, a la que nos urge abocarnos, pero de seguro sí un punto de partida para depurar el mercado de la mediocridad que tanto la azota al encapsularse obsesivamente en el concepto de la llamada “optimización”, es decir, entre más barato, mejor. Porque se olvida la seguridad de los usuarios –que además de ser los mismos contribuyentes que pagan por tales obras– son quienes, en últimas, habrán de asumir las consecuencias con sus propias vidas por la implantación de un mal diseño.